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La primera vez que vine a Buenos Aires, momento en el que no podría haber imaginado que terminaría viviendo en esta ciudad, escribí a un buen amigo lo siguiente:
Cada persona de ese puerto maravilloso pareciera tener una historia interesante qué contar. Los rostros son expresivos, las narices generalmente grandes y los ojos miran a los ojos. Tienen de qué sentirse orgullosos y lo saben. Es la segunda ciudad en todo el mundo líder en psicoanalizarse y, ¿sabes qué?, se nota. Son frontales para
lo bueno y para lo malo. Si haces algo que les parece mal, te "putean" (perdón por la mala palabra, no cabía otra). Si les gustas, te lo dicen. Las personas que te encuentras en el ascensor te conversan, el farmaceuta está feliz de serlo y te trata bien, cualquiera puede comentarte sus sueños o rabias en medio de la calle, abundan las sonrisas... es una ciudad descomunal que tiene la calidez de un pueblito.
Caminar por la calle Corrientes era, para mi, llegar a "wonderland". Librerías, tras teatros, tras cafés y luego más librerías y más librerías y más teatros cada uno más bello que el anterior y otro café... después de haber visto millones de libros en las decenas de librerías, puedes comer unos deliciosos churros con chocolate caliente e ir al teatro. Al salir del teatro, sea la hora que sea, Corrientes seguirá tan bulliciosa y poblada de gente como a las 4 de la tarde. Buenos Aires no duerme.
Las ferias de artesanía y los mercados populares son gloriosos. La comida es siempre fresca, siempre de buen sabor, siempre alegremente conversada. Es el paraíso para las mujeres que adoran comprar. La ropa es, en general, de muy buen gusto y bien acabada, sin importar mucho donde la compres.
Luego están los lugares como la Plaza de Mayo, que son sobrecogedores por la historia que tienen contenida en cada uno de sus rincones. No sorprende por la forma, sino por el fondo, por los gritos que quedan dando vuelta alrededor, por la injusticia llorada, por la valentía del amor de esas mujeres que aún hoy salen cada jueves a renovar el dolor.
Es un pueblo que conoce y ama su historia, sus héroes, su cine, sus estrellas, sus casas... que sale cada día a reclamar sus derechos, a tratar de construir justicia, a maldecir en la puerta de los bancos a los ladrones que les arruinaron la vida, a tocar un tango en medio de la calle aunque para eso tengan que arrastrar un piano, a reir o llorar siempre que haga falta.