
Durante algún tiempo y por recomendación de mi psicóloga, estuve anotando en una libreta mis sueños. El paso número uno al despertar era tomar un lápiz y escribir sin filtros lo que recordaba haber soñado aquella noche.
Hoy, en uno de mis encuentros cercanos con la burocracia venezolana, estuve leyendo la libreta de los sueños. Noche tras noche revivía todas aquellas situaciones que tenían que haberme hecho enojar y no lo hicieron. Cambiaba la locación, cambiaba el otro personaje, pero las situaciones eran las mismas y, por fin, pude enojarme.
La rabia era un sentimiento que había sido anulado en mi tras un feroz entrenamiento de resignación y respeto por la jerarquía. Fue así como terminé bajo un régimen en el que ser respetada era un privilegio al cual yo no tenía acceso y donde no había derecho a la nostalgia ni a la rabia.
Hoy firmé la "separación de cuerpos" y en un año más el asunto se convertirá en divorcio. Y acá estoy. Con la rabia intacta, enterita, "cero kilómetros", sin estrenar. Sin saber si se va a extinguir de a poquitos usando las escasísimas ocasiones en que me doy permiso para llorarla; si se convertirá en una enfermedad terrible o se liberará en un gran acto de perdón cuando ocurra mi conversión a alguna religión oriental.
Lo cierto es que cuando yo creo que ya se ha ido, ella reaparece: negra, revuelta, podrida, turbulenta, tempestuosa y arrebatadora, como buena rabia que se respete... que se respete. Que se respete...
...tengo tanto que aprender de mi rabia.