domingo, junio 11, 2006

Basilisa

BasilisaUno de los grandes cuentos tradicionales es el de Basilisa la Hermosa. De acuerdo con mi muy humilde opinión, un cuento que debería conocer toda mujer. El mensaje fundamental del cuento tiene que ver con el instinto, con lo que sabemos desde el fondo de cada una que es bueno o malo, con el poder hacerle caso a nuestra voz interior, a ese espíritu misterioso que no es otra cosa que la necesidad de seguir felizmente viva (es decir, de vivir siendo feliz). Hoy es un día para celebrar el escucharme a mi misma después de haberme hecho la sorda durante mucho tiempo. Es un buen día para recordarme que quiero ser feliz y que, muy en fondo, siempre sé cuál es el camino que debo seguir para mantenerme en ese estado. Buen día para homenajear a todas mis Baba Yagá, a las que ya he vencido y a las que me quedan por superar. Buen día para homenajearme a mi misma, para felicitar mi propia valentía y reconocerme porque de nada sirve que los demás lo hagan si yo no soy capaz de hacerlo. Para variar, hoy me doy gracias por todo lo que he hecho por mi.

Lluvia, otoño, Santiago.


Lo único malo de la lluvia es que las hojas no crujen. Para este Santiago otoñal un aguacero es, literalmente, un regalo caído del cielo que nos permite finalmente gozar de la cordillera ya nevada, de un cielo asombrosamente azul y del edificio vecino (pues ni eso puede verse en medio del esmog). Caminar en Santiago en esta época un domingo después de la lluvia se parece mucho a una caminata por algún pueblo de los andes venezolanos: aire fresco y puro, algo de frío en el cuerpo, calles lindas y casi vacías, ganas de silencio y disfrute del paisaje. Sólo que acá los árboles ya están casi desnudos, cosa que no puedo imaginar posible en ningún lugar de Venezuela.
En todo caso, nunca dejaré de pensar que lo mejor del otoño es poder caminar por las calles pisando una a una las hojas secas. En eso soy una gran incomprendida porque no hay sureño que entienda mi cara de felicidad, mis sonrisa de desquiciada, mis ojos de niña con cada crujir de hoja. Pero ya asumí que acá a veces no se entiende la alegría; que aún no descubren la risa, el canto y el baile como sanadores; que los cielos grises les ponen un poquito gris el corazón y que en mi raíz más profunda sigo siendo una niña tropical que ríe cada vez que cruje una hojita bajo sus pies.
Me gusta mucho la lluvia, lo único malo es que las hojas no crujen.