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Voy a justificar mi propuesta con una de mis anécdotas preferidas.
En mi condición de casada me ocurría con frecuencia que después de la ardua jornada laboral diaria, no quería regresar a mi casa. Un día descubrí que si no quería volver a la casa, no tenía que hacerlo. Me compré un buen shampoo, un baño de crema, un peine y un calzón (pantaleta). Intenté comprar un pantalón y una blusa, pero no tenía suficiente ánimo ni paciencia para hacer una compra sensata, así que seguí camino hacia el siguiente paso: un hotel.
Entré a un par cuyas tarifas estaban muy por encima de mis posibilidades. En el tercero, el precio era 7 mil pesos más alto de lo que yo quería pagar. En ese instante yo parecía tener sólo dos alternativas: o seguir buscando hoteles en medio de la noche santiaguina o pagar esa tarifa. Sin embargo, de ese lugar del cuerpo en el que nacen las ideas, surgió la siguiente pregunta: "¿no tienen un descuento para esposas desesperadas?". Y el desconcierto dio paso a un par de sonrisas y a un "sí" que me alivió la angustia y el bolsillo.
Detesto hacer explícitas las moralejas de las historias, pero lo que quiero decir es que después de esto quedé convencida de que nuestra sociedad reconoce el status de "esposa desesperada"; reconoce incluso que, como tal, se tiene derecho a ciertos beneficios. Entonces, ¿qué esperamos para comenzar a otorgar los carnets?
(Como habrán notado, la ilustración es una de las Mujeres Alteradas de la argentina Maitena)