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Ayer fue
el día. El último día en C para varios de los que habían sido mis compañeros de trabajo. Es un pacto que esto se haga a finales del mes de octubre para que los profesores tengan tiempo de buscar un nuevo empleo a partir del siguiente año escolar. Entre la tristeza solidaria por aquellos que se van y la duda extenuante de si era yo o alguno de mi equipo de trabajo el despedido, quedé hecha un estropajo viejo. Hoy me esperan niños y adultos en Valparaíso para escucharme contar. Es probable que mis palabras hoy tengan un poco de esta tensión, tal vez incluso un poco de alivio. O tal vez la vista del puerto más hermoso que he visto, de esos cerros de casas multicolores y la brisa del Pacífico helándome el cuerpo me sitúe en otro presente: en un momento mágico más cercano a un poema de Neruda que a la realidad.
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