jueves, noviembre 10, 2005

El vino... en respuesta y homenaje al Tecnorrante


Yo tengo una amiga de infancia que se llama María Teresa, que recordé mucho al montar "El Aroma de las Palabras", mi último espectáculo de narración oral escénica. Las recordé a ella y a su abuela, que era una mujer encantadora. María Teresa le decía "la nona". A mi de sólo evocarla ya me empieza a oler a albahaca. La Nona era una italiana grandota, blanca, alta, de esas que tienen los tobillos como tronco de árbol milenario, que se pasaba el día entero metida en la cocina con un pañuelo amarrado en la cabeza creando delicias. Aquella casa era siempre una fiesta de aromas. Además de buena cocinera, aquella mujer fue siempre muy buena consejera. El único problema es que a veces no era fácil entender sus consejos, pues todo lo relacionaba con la cocina, pero para María Teresa esto era de lo más natural.

Cuando niña, si María Teresa iba a decirle que estaba aburrida, la nona le decía algo como esto: "cuando una ensalada está muy desabrida, lo único que hace falta es ponerle un poquito de sal y, a veces, para darle más gusto, le queda bien un poquito de pimienta". Y ella inmediatamente entendía lo que aquello significaba y al ratito estaba entretenida haciendo coreografías al lado del tocadiscos, poniéndole "sal a la vida".

Una vez la nona llamó a María Teresa para que se sentara a almorzar. Había preparado lasagna, olía delicioso, pero María Teresa no probó bocado. La nona le preguntó que qué era lo que le pasaba y ella le contó que se había sacado una muy mala nota en matemáticas. La nona le preguntó por qué y ella le dijo que no sabía, que le dedicaba tanto tiempo a matemáticas como a las demás materias, pero mientras en las otras iba siempre con notas sobresalientes, en matemáticas no, siempre sacaba malas notas. Entonces la nona le contó que la primera vez que preparó porotos negros (caraotas), empezó tempranito, a la hora que siempre comenzaba a hacer el pollo con cnampignones o el pescado con hierbas, pero cuando ya era hora de sentarse a la mesa descubrió que los porotos todavía estaban duros como piedras. Así que aprendió que había que prepararlos mucho más temprano que el pollo, o que la carne, o que la cazuela. Desde entonces, María Teresa le dedicaba mucho más tiempo a matemáticas que al resto de los ramos y siempre se sacaba las mejores notas.

Cada problema de mi amiga era mágicamente resuelto con una receta que ella sabía cómo preparar. Siempre entendió.

Pasado el tiempo, María Teresa empezó en la universidad y por esa época visitó muy poco a la nona, dejaba de verla por laargo tiempo. Sólo en los cumpleaños de la familia, Navidad y Año Nuevo se encontraban. Poco tiempo después de salir de la universidad se casó y al principio, todo fue muy bien, pero, como diría el poeta Aquiles Nazoa, "después que la luna pasa y la miel se torna escasa"... aquella casa empezó a convertirse en una especie de campo de guerra. Peleaba por todo con su esposo. María Teresa sentía que iba a explotar de tristeza y de rabia en cualquier momento. Un día que salió temprano del trabajo fue a hablar con la nona y le contó su drama. Le dijo que tenía mucha rabia porque su marido no la ayudaba en nada, no lavaba nunca los platos, no cocinaba, no era capaz ni siquiera de recoger los pelos del desagüe de la regadera... el baño se inundaba, el agua regada por el piso, y él, impávido, no estaba ni ahí. De paso, le armaba lío por todo, si se tardaba mucho en el baño después de la ducha, se exasperaba; si no le avisaba que iba a llegar tarde, parecía que le hubiese dicho la peor de las ofensas; le criticaba su manera de vestir... iba todo mal. Inesperadamente y para colmo de males la nona, por primera vez, no dijo absolutamente nada, lo único que hizo fue entregarle una botella de vino. Inmediatamente, como siempre, María Teresa entendió: "esta cuestión no tiene solución y lo único que me queda es ahogar mis penas en alcohol". Agarró la botella y se fue para la casa. Apenas terminó de sacar el corcho y aquel aroma de frutos silvestres, madera y vainilla inundó su rostro, sintió que su esposo entraba a la casa. Ella no quería problemas, ya no quería discutir, así que no habló. Llenó una copa para ella, otra para él y se la pasó. Sin decirse nada, se sentaron juntos en el mueble de la sala. Las primeras dos copas las tomaron en silencio. Cuando estaban al principio de la tercera ella le preguntó que cómo le había ido ese día. El dijo que bien, que la había extrañado mucho y que se veía muy linda con la ropa que tenía puesta. "Qué raro, porque es el mismo pantalón que me criticaste la semana pasada", dijo María Teresa. Su esposo le explicó que el problema no era el pantalón, sino que se lo había puesto con una camisa muy clara y que como el pantalón también es claro, se veía muy pálida. Que ahora que se lo había puesto con una blusita oscura, se veía muy bonita. Y ella: "Yo pensaba que ya no te gustaba". "¿Cómo se te ocurre? ¿Por qué crees que te reclamo cuando te tardas en el baño? lo que en verdad quiero no es que te apures, sino poder mirarte mientras te vistes porque me encanta verte desnuda, sólo que no me atrevía a decírtelo". Y fue así, que entre una copa y otra, el explicó que no lavaba los platos porque él es muy alto y el lavaplatos muy bajo, de manera que siempre que lo hace, no se aguanta el dolor de espaldas. Que no cocinaba porque le daba vergüenza, ya que ella cocinaba muchísimo mejor. Que no saca los pelos del desagüe porque no los ve, porque a la ducha, como todos los cristianos, entra sin lentes y sin ellos es tan ciego como una pared. Que si se molestaba cuando ella llegaba tarde sin avisar era sólo porque siempre pensaba que le podría pasar algo malo, que se preocupaba cuando no sabía de ella porque moriría si algo le pasaba. Que se habría enterado de todo esto si lo hubiesen conversado antes.

Se reconciliaron... pero los detalles de aquello los daré el día que escriba mis cuentos eróticos. Al día siguiente, María Teresa oyó sonar el teléfono a las 7 de la mañana. Cuando fue a atender descubrió que tenía el peor dolor de cabeza de su vida, pero cuando al otro lado escuchó a la nona preguntando que cómo le había ido con el "aflojalenguas", se le despejó por completo la mente y entendió 2 cosas: primero, que la sabiduría de la nona era infinita. Y segundo, que su matrimonio no iba a funcionar jamás si ellos no eran capaces de hablar, y hablar, y hablar... hablar siempre, hablarlo todo, hablar para no olvidar, hablar para recordar, hablar para planificar, hablar para resolver, hablar... que es también una manera de amar.

5 comentarios:

Tecnorrante dijo...

no tengo palabras...

Ah, si! una frase

¡Salud y mucho vino Lucecita!

Anónimo dijo...

Sabes mi actual libro de cabecera es "Las emociones
destructivas...como comprenderlas y dominarlas" por Daniel
Goleman...un dialogo cientifico con el Dalai Lama....estoy en la parte
inicial del libro pero te dejo lña siguiente perla.
La autoestima esta mas cerca del egoismo que del mejoramiento
personal..o sea en otras palabras...intentar cultivar la misma no te
hace mejor persona para la sociedad..solo para ti mismo..lastima que
el hombre (como genero) es un animal social...mas animal que
social..ja ja

Anónimo dijo...

Que linda historia la de Ma. Teresa y su nona, a veces a uno se le olvida hablar siempre, hablarlo todo, hablar para no olvidar, hablar para recordar, hablar para planificar, hablar para resolver, teniendo la “secreta” esperanza de que el otro te conozca tanto que intuya lo que piensas, lo que vas a hacer o lo que deseas, probablemente el secreto este en pensar -como tu dices- en que hablar también es una manera de amar.

Laura dijo...

AAayy!!! Yo que ando conun dolor de alma, luego de hablar y hablar, de decir y desdecir, de comentar y contar, de esperar y creer...sin que nada pase... tras leer tu post casi lloro y cuando me leí el comentario de fu-ped-inm me quedé pensando...y mucho...

Ahora qué? Es que el libre albedrío y el destino coexisten... si me perdí de aprender algo por aá, la vida me lo enseñará después... y creo que si ya mi corazón me dice que me salga de esto, auqnue mucho me duela partir, he de hacerlo porque la intuición es sabia y a veces, como dice un amigo mío que quiero mucho, "no se necesita sentir los dientes del tigre para saber que éste muerde duro".

Y si, seré una egoista de mierda y un animal más que un ser social, pero necesito aprender a quererme para detener los abusos que le permito a los demás... creo que se acabo... y me parece que no hay marcha atrás tampoco...

luzcaraballo dijo...

Finalmente me hicieron sentido los comentarios de fu-ped-inm, a quien no había respondido porque no entendía a dónde apuntaban. Gracias Laura. Voy a hacer una confesión. "El Vino" es un hijo que tuve producto de una violación. Es un niño no abortado al que, a pesar de todo, quiero mucho. Hace poco me lo escuchó contar una narradora amiga de mi ex-esposo y consideró que el cuento en mi era casi una hipocresía, que narrarlo era una inconsistencia sin límites. Pero no. Creo que hablar es necesario, pero no suficiente para que las cosas funcionen dentro de una relación. Eso sin contar que el discurso no siempre está libre de intenciones oscuras, de esas que vienen de la parte más siniestra del animal que somos. Los malos tratos son inaceptables en cualquier tipo de relación y bienvenido sea el calificativo "egoísta" si así se le llama a la exigencia de ser respetado.