domingo, febrero 26, 2012

Propiedad Transitiva

Victoria me dijo hace algunos años que "el que le cae bien a todo el mundo es porque hace demasiadas concesiones". He pensado muchísimo en esa frase en los últimos dos días. Cuando me lo dijo pensé inmediatamente que yo estuve haciendo demasiadas concesiones. Era innegable. Ya para ese momento yo no le caía bien a todo el mundo y ahora, pasados unos años, comencé a preguntarme si estaré haciendo muy pocas concesiones.
Pero supongo que el problema de fondo son las cosas que me cuesta tolerar. Mis propios errores, por ejemplo, estarían encabezando esa lista. Y después le seguiría la reprobación ajena en el segundo puesto. Combinación exquisita. Angustia garantizada o le devolvemos su dinero; excepto, por supuesto, en aquellos días en los cuales yo no cometa ningún error y, además, me sienta respaldada por todas las personas que me rodean. En relación con esto último habría que tener en cuenta que hay conflicto de intereses entre mis cercanos y que lo que conviene a unos puede ser un problemón para los otros, por lo que una aprobación unánime es poco menos que imposible.
O sea que, sin quererlo, he conseguido el secreto de la infelicidad. Alguna vez escuché y me apropié de una frase que me sonaba sabia y sensata: "el secreto de la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace". La compré. Me gusta porque es (o parece) simple. Y generalmente no me cuesta practicarla porque me enamoro fácilmente de las cosas que decido emprender. Pero me parece que en el camino perdí algo.
A ver, si uno es lo hace y lo que hace sale mal, ¿cómo aplicamos la propiedad transitiva?
Victoria me dijo hace algunos años que uno debe "hacer siempre lo que a uno le parece correcto y, cuando te equivocas, decirlo, pedir disculpas y seguir adelante". Y ya voy por el último pedazo del consejo, pero antes estoy metiendo en mi mochila los antídotos contra el error anterior. Para la próxima sólo espero equivocarme con otra cosa.

sábado, febrero 25, 2012

"Vuelvo en alma y vuelvo en hueso"

Este blog fue siempre una conversación conmigo misma y como últimamente andamos un poco desencontradas yo y yo, entonces vuelvo. Podría tener este mismo diálogo en un cuaderno, un diario, un documento en algún procesador de palabras... pero no. Sigo exponiendo pública y webmente mis pensamientos. No creo que sea exhibicionismo puro, pero me declaro incapaz de dar explicaciones al respecto. En todo caso, estuve leyendo lo publicado hace algunos años y estoy segura de que ningún otro medio habría subsistido a tantas mudanzas, tanto cambio de máquina, de e-mail y tanto cuaderno que he terminado y perdido desde que este blog fue iniciado hasta el momento.
Volver a uno mismo suena, simplemente, ilógico. Aún habiéndolo intentado varias veces, me convencí que uno no puede huir de si mismo. Pero no puedo pensarlo de otra manera. Vuelvo y me robo la letra de Inti Illimani:
Vuelvo hermoso, vuelvo tierno,
vuelvo con mi espera dura,
vuelvo con mis armaduras,
con mi espada, mi desvelo,
mi tajante desconsuelo,
mi presagio, mi dulzura.
Vuelvo con mi amor espeso,
vuelvo en alma y vuelvo en hueso
a encontrar la patria pura
al fin del último beso.
Todo eso. Aunque sea tremendamente difícil volver "hermosa" o "tierna"; volver con "mi dulzura" en este momento. Sé que todo eso está ahí, abollado y dormido. Vuelvo, sí, con mi espada, mi desvelo, mi desconsuelo (tan tajante como profundo), con mi amor espeso. Vuelvo en alma y vuelvo en hueso. O sea, vuelvo con lo esencial, con lo que queda después del haberme sacudido durante tanto tiempo que se cayó todo lo que sobraba y todo lo que tenía mal agarrado. Quedó esto: el puro hueso, la esencia, lo que no cambia porque me define. Y ahora: a cantar. Como la loba. A entonar la música que me va a volver a poner carne y pelo y ropa. El encantamiento que me va a reconstruir, a rearmar, a devolver al mundo con todos los huesos en orden a seguir corriendo por el bosque. Vuelvo para encontrarme. Sean nuevamente bienvenidos.