Pero supongo que el problema de fondo son las cosas que me cuesta tolerar. Mis propios errores, por ejemplo, estarían encabezando esa lista. Y después le seguiría la reprobación ajena en el segundo puesto. Combinación exquisita. Angustia garantizada o le devolvemos su dinero; excepto, por supuesto, en aquellos días en los cuales yo no cometa ningún error y, además, me sienta respaldada por todas las personas que me rodean. En relación con esto último habría que tener en cuenta que hay conflicto de intereses entre mis cercanos y que lo que conviene a unos puede ser un problemón para los otros, por lo que una aprobación unánime es poco menos que imposible.
O sea que, sin quererlo, he conseguido el secreto de la infelicidad. Alguna vez escuché y me apropié de una frase que me sonaba sabia y sensata: "el secreto de la felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace". La compré. Me gusta porque es (o parece) simple. Y generalmente no me cuesta practicarla porque me enamoro fácilmente de las cosas que decido emprender. Pero me parece que en el camino perdí algo.
A ver, si uno es lo hace y lo que hace sale mal, ¿cómo aplicamos la propiedad transitiva?
Victoria me dijo hace algunos años que uno debe "hacer siempre lo que a uno le parece correcto y, cuando te equivocas, decirlo, pedir disculpas y seguir adelante". Y ya voy por el último pedazo del consejo, pero antes estoy metiendo en mi mochila los antídotos contra el error anterior. Para la próxima sólo espero equivocarme con otra cosa.
Victoria me dijo hace algunos años que uno debe "hacer siempre lo que a uno le parece correcto y, cuando te equivocas, decirlo, pedir disculpas y seguir adelante". Y ya voy por el último pedazo del consejo, pero antes estoy metiendo en mi mochila los antídotos contra el error anterior. Para la próxima sólo espero equivocarme con otra cosa.